El que sabe, sabe, y el que no, es Jefe.

Cuántas veces hemos escuchado en broma esta “sabias” palabras de nuestros propios compañeros de trabajo o trabajadores de proveedores de construcción y montajes, despectivamente llamados Contratistas y respetuosamente Colaboradores.  En fin, para quienes les toque o los identifique, esas “sabias” palabras tienen algo de verdad.

El curioso efecto Dunning-Kruger, nos demuestra que, cuanto menos sabemos de un tema, más creemos saber y cuanto más aprendemos de un tema, rápidamente vamos descubriendo un mundo de sutilezas de cosas que aún quedan por saber.

O de otro punto de vista, nos muestra que las personas con pocas capacidades o conocimientos, creen que tienen más capacidades y conocimiento de los que efectivamente poseen, y viceversa, quienes son más competentes, tienden a subvalorarse.

David Dunning, profesor de psicología social de la Universidad Cornell NY, propuso a su estudiante de tesis Justin Kruger, una investigación sobre credulidad e incompetencias, después de un año de haber leído el caso de McArthur Wheeler, que en 1995, robó dos bancos a plena luz del día, sin mascara alguna que ocultara su rostro y que fue arrestado una hora después que su imagen fuera mostrada en las noticias de eses mismo día.

Wheeler, al parecer, confiaba en que aplicar jugo de limón sobre su rostro, le haría invisible a las cámaras. “Pero si usé el jugo de limón”, dijo al  momento de ser arrestado. La idea fue sugerida por dos amigos, y éste precavido probó su eficacia, fotografiándose con jugo de limón en su cara y que por falla de la cámara o corrimiento de posición de ésta, la fotografía salió sin su imagen. Con esta única prueba, Wheeler asumió que permanecería invisible mientras no se acercara al calor, al igual que la “tinta invisible” hecha con jugo de limón. (Se la creyó a la primera)

Por este y otros casos, Dunning se preguntó y razonó. ¿Será posible que mi propia incompetencia, me hiciera inconsciente de esa misma incompetencia?

El experimento y tesis.

Se realizaron cuatro estudios distintos, con estudiantes de psicología de la Universidad  Cornell. Específicamente, en las áreas de Humor, Gramática y Razonamiento Lógico.

El estudio consistió en lo siguiente: Se le preguntó a cada participante cómo estimaba su competencia en cada uno de las áreas, y luego, se le sometió a un test, para poner a prueba su competencia real. Entonces, se compararon los resultados, para ver si había algún tipo de correlación. Y efectivamente, la había.

Se dieron cuenta que mientras más incompetente era la persona, menos notaba su incompetencia, y que mientras más competente era, más subvaloraba su competencia.

Dunning y Kruger publicaron en 1999 sus conclusiones, en el “Paper: Unskilled and Unaware of It: How Difficulties in Recognizing One’s Own Incompetence Lead to Inflated Self-Assessments”, (Sin habilidades e ignorante al respecto: cómo las dificultades en reconocer la propia incompetencia conducen a una autoimagen exagerada).

Las conclusiones básicas de dicho “paper” se resumen en que, para cierta habilidad o área de conocimiento, los individuos incompetentes:

  1. Son incapaces de reconocer su propia incompetencia.
  2. Son incapaces de reconocer las habilidades o conocimientos del resto.
  3. Son incapaces de reconocer hasta donde son incompetentes en el tema.
  4. Son reacios a entrenamiento para mejorar sus habilidades y les cuesta reconocer y aceptar su falta de habilidades previa.

Por lo tanto, esa persona que alardea de sus capacidades físicas para ejecutar un trabajo pesado y termina en un accidente, está obedeciendo a este fenómeno. O cuando los expertos (de experiencia) entregan opiniones mesuradas sobre los problemas, mientras la gente desinformada cree tener soluciones absolutas y rápidas al mismo.

¿A qué se debe esto?

Como los investigadores señalan en el estudio, esta percepción se debe a que las habilidades necesarias para hacer algo bien, son justamente las habilidades necesarias para poder evaluar correctamente cómo lo estoy haciendo.

Por ejemplo, si mi ortografía es pésima, el conocimiento necesario para reconocer que mi ortografía es pésima y corregirla es, justamente, saber de ortografía. Sólo me entero de mi incapacidad cuando alguien más me lo hace ver explícitamente, poniendo en evidencia el contraste entre mi escritura y la ortografía correcta. Y aun así, eso no la corregirá automáticamente, sólo me dará conciencia general de que mi conocimiento es insuficiente. Lo mismo en el resto de áreas del conocimiento.

Respecto a las personas que se subvaloran, esto se debe al efecto de falso consenso: creen que todo el mundo “lo hace igual”, por lo que asumen que sus capacidades son promedio, cuando en realidad, son superiores.

Entonces, ¿Cómo sé si soy incompetente?

En general, debo poner atención a la forma en que tomo decisiones sobre cierto tema. Si tomo mis decisiones u opiniones basándome en: lógica binaria (las cosas son buenas o malas, sin términos medios), primeras impresiones, ausencia de empatía, sin documentación o sin utilizar modelos rigurosos que fundamenten mis conclusiones, probablemente estoy sobrevalorando mi conocimiento y por ende, actuando en forma incompetente.

También es posible evitar problemas derivados de una posible incompetencia, aplicando la sana autocrítica y fijándose en los errores: si algo sale mal, no necesariamente es culpa del resto, se puede deber a un error en los propios procedimientos o métodos.

Esto también tiene que ver con un sesgo cognitivo muy interesante en las personas que se especializan en una sola área: creen que por manejar bien un aspecto de las cosas, manejan bien todos los aspectos de muchas cosas distintas. Así que ojo, cuando estemos opinando fuera de nuestra área de especialidad, y todo el mundo pareciera estar en nuestra contra, es posible que nos estemos equivocando.

Y en ese sentido, la mejor forma de ahorrarse vergüenzas y prevenir errores que muchas veces salen caros (financiera y humanamente), es ser receptivo ante la crítica y las opiniones de los demás. Por lo tanto, es importante trabajar en equipo y escuchar al otro.

Y naturalmente,  este síndrome se puede superar… ¡aprendiendo más del tema! Como dijo Will Durant: “La educación es el progresivo descubrimiento de nuestra propia ignorancia”. En la medida que aprendemos más de un tema, rápidamente vamos descubriendo un mundo de sutilezas de cosas que aún quedan por saber. Cualquiera que se haya lanzado a una aventura (sea ejecutar un proyecto, emprender, liderar un equipo de trabajo) sabe perfectamente que «otra cosa es con guitarra».

Conclusiones para la vida

En primer lugar, lo que podemos aprender de todo esto, es a tomar con pinzas la opinión de alguien que dice ser “bueno” en algo… puede ser malísimo o excelente, pero casi nunca es simplemente “bueno”, debido a este efecto psicológico. Esto es especialmente delicado cuando se trata de contratar a un experto en un área que no dominamos (por ejemplo, un ingeniero especialista), pues no contamos con las herramientas para evaluar su competencia, por eso es recomendable consultar la opinión de otro real especialista del tema. (de sus colegas y anteriores empleadores, es sesgado por querer dejar bien por necesidades de trabajo)

Lo interesante (y quizás algo peligroso), es que además, quienes son incompetentes, “no sólo llegan a conclusiones erróneas y toman decisiones desafortunadas, sino que su incompetencia les impide darse cuenta de ello”, nos indican Dunning y Kruger.

Por lo tanto, y como segundo corolario, muchas veces la culpa de nuestras desgracias no es el resto ni la mala suerte, sino nosotros mismos y nuestras decisiones, y correspondería hacer un sano ejercicio de autoanálisis al momento de fracasar o experimentar dificultades en nuestras actividades o proyectos.

Todos tenemos un grado de incompetencia, porque todos somos perfectibles y podemos mejorar siempre. El error consiste en olvidar ese hecho.

Es importante, entonces, cultivar la empatía y trabajar en el propio orgullo, de modo que no nos ciegue a las opiniones de otros, o nos haga reaccionar de manera exaltada o furiosa ante las críticas. También, en línea con eso, resulta importante no asignar a priori segundas intenciones a quienes nos dan su opinión, sino que evaluar lo que nos dicen de la manera más objetiva posible, y ver en sus reales méritos lo que nos están diciendo, dejando a un lado nuestra opinión sobre la persona que lo dice.

Además, es posible ver que quienes son abiertamente incompetentes y dicen ser mucho mejores de lo que son, no lo hacen por completo debido a una suerte de vanidad o egolatría, sino a que también son víctimas de este interesante fenómeno psicológico. Estas personas, muchas veces, permanecen sin evolucionar ni mejorar, pues ya consideran que están bien y que el resto se equivoca. Esto hay que evitarlo, cosa que tampoco nos puede llevar al otro extremo, que sería la falsa modestia. Debemos conocer nuestros méritos, pero observarlos siempre con una mirada crítica, pues todo siempre es perfectible.

En conclusión, lo importante es trabajar sobre nosotros mismos cada día y esforzarnos por aprender más, para ser mejores. Porque al final, no son más exitosos quienes se “duermen en sus laureles”, sino quienes se imponen a su propia desidia y van mejorando cada día.

Extracto de artículo por Álvaro López B. | 2015-02-02

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